
El cuerpo y las cuerdas del Violín se mueven al ritmo de la melodía
Por William Sánchez
¡Silencio! El acto ha iniciado, la música Spandau Ballet se escucha de fondo, un ritmo que lleva al cuerpo a un movimiento sin límites, dejando llevar la mente a otro mundo, la desinhibición del hombre y mujer es un deleite para el público que observa con tanta concentración, sin despegar, sin parpadear los movimientos de la coreografía.
Una pausa, un silencio, el público presente está atento, los bailarines cantan con sus movimientos, un paso suave se marca, se sostiene, se mantiene a la espera de un nuevo salto. El sonido de las tablas se escuchan a lo lejos, los espejos muestran de diferentes ángulos de vista la sinfonía y en el fondo las sombras con leves movimientos manejan el instrumento, la orquesta se une, el sonido parece solo uno, el ritmo sube, el calor se apropia del escenario, el clima se siente más fuerte, y un sostenido en la nota más alta dice hasta aquí llegamos, pero no se puede frenar porque todavía la fuerza de los pies, los brazos piden muchos más… entonces se dice que es una guerra entre bailarines y orquesta , cada uno muestra sus dotes que al final es uno solo.
Se escucha en el fondo un aplauso, los cuerpos agitados no se sienten, no se observan, no se escuchan, no se huelen, no se tocan, pero el sexto sentido se enciende, el séptimo brilla de su escondite y es donde la compenetración del espectador se ve reflejado, varias sonrisas sobresalen de los rostros del público, cada uno observa con mucha cautela y mucha alegría la danza que para muchos es desconocido pero para otros pocos con buen gusto deleitan su vida con un poco de las Artes Escénicas.
Antes de la emoción del cuerpo y que las notas sobresalgan de los instrumentos, los nervios se apoderaban de los bailarines, la calma llega junto con la experiencia, la coordinación y la flexibilidad se une al ritmo musical pero con los ensayos constantes de cada persona, para que al llegar a la barra paralela se logre interiorizar los movimientos y los pasos de la danza clásica. El escenario vacío es un solo, un estado de lo que se viene; cada instrumento llega en su estuche cuidado como un diamante, una joya que sólo se usa en momentos exclusivos, de repente llega un maletín un poco pequeño y con poco peso, livianos, la cremallera se abre lentamente con el cuida de una muñeca de cristal, las manos se penetran en el fondo y logran agarrar el interior, una sola mano es necesaria, solo dos dedos obtiene lo que todos esperaban una baletas que son una de las mayores herramientas que tiene el ballet.
En el escenario… las baletas hacen su cumplido. La comodidad brinda al bailarín la libertad de volar sin volar, se portan de manera magnifica de tal modo que el bailarín puede lograr el objetivo de mantenerse, y bailar con el sonido de la orquesta, el sonido que brinda el público en los dedos de sus pies, se sostiene como en el aire y si como estuviera meneándose por el poco viento que logra ingresar en el teatro, se sostiene en la cumbre de lo alto.
Un bailarín de ballet o de danza clásica hace que la escena brille con luz propia, realiza la tarea más difícil de las artes hablar sin voz, sin lengua como si se fuese mudo,el cuerpo brota de su piel letras, palabras, párrafos, textos que el buen ojo, el gusto pueden leer, la mente hace que el público se identifique con la danza, la sienta como si fuese un baile moderno del cual parejas no se desprenden por horas, eso es lo que la danza clásica realiza en el escenario un éxtasis que no tiene nombre sólo posee emociones, sentimientos que no se pueden controlar.
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