
Por William Sadoc Sánchez Ramírez
“ No puedo caminar despacio por que no llegó, no puedo caminar rápido por que me caigo, puedo ir bailando y así aprendo.”
El sol ilumina el día y al transcurrir las horas se va escondiendo para darle paso a la Luna, la iluminación artificial comenzaba a estar encendida, la sociedad trabajadora se dirigía hacia sus casas a descansar de un día de trabajo, que como dice el Presidente de la República “trabajar, trabajar y trabajar”.
El traficó a las afueras de Bogotá era suave, la autopista norte cada vez con los arreglos mejora, y hace que el camino hacia los pueblos cercanos a Bogotá sea con mayor calma.
Chía municipio de Cundinamarca con no más de 10.000 habitantes es un pueblo tranquilo y lleno culturalmente por eventos y por gusto hacia el arte y sus modos de vida. La casa de la cultura es un lugar donde el arte tiene un valor, sin embargo no sólo se tiene este lugar como sitio de encuentro para realizar actividades como el ballet clásico.
El ballet clásico es una danza, un alimento al cuerpo, al espíritu y una forma de vida llena de técnicas que durante su práctica hacen de la mujer una persona muy femenina.
En la casa quinta de Ariadna Páramo hay diferentes formas de expresar el arte, la pintura, la danza, y la literatura en un mismo sitio con toque colonial; esta mujer madura con una mirada inspiraba deseo inmenso de transmitir por medio del ballet vivencias y experiencias de vida, del medio ambiente, así como su padre lo inculco por medio del arte y del Silencio.
Una sonrisa coloquial recubre su boca, una mirada sincera y amable cubre sus ojos; un rostro desgastado de edad pero joven en espíritu es el que posee Ariadna Páramo. Habla, comunica, expresa, siente y muestra su gusto por el ballet proveniente de una afición propia desde niña, esa pasión por una disciplina desconocida para muchos y muy agradable para otros.
Divorciada con la Casa de la Cultura por falta de inversión, decidió no dejar a un lado el ballet y creo su escuela de ballet Clásico: “El gobierno no es capaz de invertir en cultura, en arte, en alimento al alma”; Y así es, mientras desperdician el dinero en reformas innecesarias y sin importancia aun existen personas como las niñas de la escuela de Ballet que sienten la necesidad de alimentar el alma.
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